Uriona, Polti y Torrado Mosconi están en deuda con la sociedad de Santiago del Estero. A ellos, la misión pastoral los urge a inspirar una sociedad justa y fraterna y, sobre todo, los obliga a la denuncia de aquellas situaciones sociales y políticas que ofendan a la dignidad de los hijos de Dios como la corrupción y los abusos de poder.
En nuestra provincia no existe el Estado de Derecho y, consecuentemente, no hay democracia. Hablamos de los seis años últimos; lejos ya de la “cultura juarista”. Sin embargo, los pastores continúan sin tomar la palabra en defensa de los ciudadanos, y tampoco se conoce un pronunciamiento sobre la necesidad de que prevalezca el gobierno de las leyes sobre el arbitrio de los hombres.
Ninguno de los tres obispos de las dos diócesis se ha preocupado todavía de la falta de pluralismo, de tolerancia y de libertad de expresión en el “nuevo Santiago” que conduce Gerardo Zamora. Todo cristiano -se sabe- debe “oponerse y aun resistirse a acatar la ley injusta” cuando la democracia no respeta la libertad de expresión de los que disienten con el gobierno de turno. No hacer ni decir nada, o a haber pactado un silencio con los poderes que conducen Santiago del Estero, es igual a dejar de lado la responsabilidad social con la que todo obispo de la Iglesia Católica debería buscar iluminar y difundir el Evangelio para encontrar el bien común.
No deberían callar cuando se cometen graves daños a las personas y a los pueblos. Seguirían sin cumplir con su misión profética de la Iglesia.
Jesús, en el encuentro con el ciego de Jericó, que lo llamó, le abrió un espacio para que compartiera su dolor, le devolvió la vista y, así, finalmente, en un vínculo nuevo, el ciego “lo siguió por el camino” (cfr. Mc 10, 46-52). Queda claro en esta enseñanza que todo cristiano debe crear un vínculo que le permita transmitir actitudes evangélicas. Más claro, se nos ocurre, el precepto está dirigido -entre los santiagueños-, a quienes fueron escogidos para una tarea pastoral en nuestras dos diócesis: Adolfo Uriona (de Añatuya) y Francisco Polti y Ariel Torrado Mosconi (de Santiago del Estero).
Ninguno de los tres obispos de las dos diócesis se ha preocupado todavía de la falta de pluralismo, de tolerancia y de libertad de expresión en el “nuevo Santiago” que conduce Gerardo Zamora. Todo cristiano -se sabe- debe “oponerse y aun resistirse a acatar la ley injusta” cuando la democracia no respeta la libertad de expresión de los que disienten con el gobierno de turno. No hacer ni decir nada, o a haber pactado un silencio con los poderes que conducen Santiago del Estero, es igual a dejar de lado la responsabilidad social con la que todo obispo de la Iglesia Católica debería buscar iluminar y difundir el Evangelio para encontrar el bien común.
No deberían callar cuando se cometen graves daños a las personas y a los pueblos. Seguirían sin cumplir con su misión profética de la Iglesia.
Jesús, en el encuentro con el ciego de Jericó, que lo llamó, le abrió un espacio para que compartiera su dolor, le devolvió la vista y, así, finalmente, en un vínculo nuevo, el ciego “lo siguió por el camino” (cfr. Mc 10, 46-52). Queda claro en esta enseñanza que todo cristiano debe crear un vínculo que le permita transmitir actitudes evangélicas. Más claro, se nos ocurre, el precepto está dirigido -entre los santiagueños-, a quienes fueron escogidos para una tarea pastoral en nuestras dos diócesis: Adolfo Uriona (de Añatuya) y Francisco Polti y Ariel Torrado Mosconi (de Santiago del Estero).
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