domingo, 20 de marzo de 2011

El tortugo, el pato, y el búho, “Adaptación de la película “El bueno, el malo, y el feo”.

U.R3 de Añatuya

U.R3 de Añatuya

Años atrás, en las zonas montuosa añatuyense, había un búho que tenía fama de adivino. Le decían el búho adivinador. La gente que perdía cosas le consultaba y él adivinaba a cambio de unos pocos pesos. Cierta vez recaló en Añatuya un pato, que fue mandado ahí castigado por inútil. El animalito estaba resentido y despotricaba en contra de sus jefes y camaradas por aquello que él consideraba una traición. No obstante su mal carácter, el búho logró acercarse a él y se hicieron grandes amigos. Amigos para siempre, se decían entre ellos.

Tras varios favores y adivinanzas de por medio, el pato agradecido dijo al búho: “Algún día seré jefe y sabré agradecerte tus favores”. Pasó el tiempo, y el búho siguió con su vida de adivinador, siendo elogiada su virtud por la gente de monte adentro. Tan retraído estaba en su trabajo, que hasta había olvidado la promesa del pato.

Cierto día, vio en el diario que el pato era director de la escuela de policía en la tierra perdida, y se alegró, pero después se dijo a sí mismo: “seguro que no se acuerda de mí”.
Uno de esos tantos días calurosos, el búho regresó una tarde a su rancho luego de andar adivinando por ahí, pero al llegar lo encontró tapera. Llamó a su buha pero nadie le respondió. Pensó, intentando adivinar donde estaba, pero fue en vano. Estuvo así varias horas pero no pudo adivinar. Imagínense, él, que todo lo adivinaba, esta vez no pudo hacerlo. Entonces pensó en un último recurso: Llamó al pato. Para su sorpresa, el pato lo atendió de mil maravillas, y le preguntó que quería. Préstame el avión, le dijo, lo necesito para volar al monte. Claro, es que el búho estaba ya desacostumbrado a volar usando sus alas. No hay problema, dijo el pato. Está a tu disposición.

Anduvo volando el búho, durante dos días y dos noches, y al amanecer del tercer día por fin la encontró. Estaba con otro animalito del monte, un tordo chaqueño que vino a trabajar en la zona. Habló con la buha, le dijo que la perdonaba, y le pidió que regresara al rancho. La buha aceptó, aunque de mala gana, porque estaba muy a gusto con el tordo.
Como suele ocurrir en los pueblos chicos, esta noticia se expandió a una velocidad increíble. Los otros animales supieron que había perdido sus habilidades de adivino. “Ya no puedo trabajar en este pago”, pensó el búho. Debo cambiar de destino.

Entonces, llamó nuevamente al pato y le pidió ese favor. No te preocupes, ven hacia aquí, que tengo un lugar para vos.
Y así pasó el tiempo, y la amistad entre el pato y el búho creció mucho más.
Un día, estaba el búho mirando, como hacen todos los búhos, y sonó su celular. Del otro lado una voz conocida le dijo: “Hola búho, necesito un favor tuyo”. Era el tortugo quien lo llamaba.
¿Que quieres chango? preguntó el búho con cierta curiosidad. Necesito esto, dijo el quelonio, y pasó a explicarle su problema. No te preocupes, ya mismo hablo con mi amigo, le contestó el búho, luego te llamo. Sin pérdida de tiempo, llamó a su amigo el pato, a quien nuevamente pidió el avión. ¿Otra vez? Inquirió el pato, que a estas alturas ya era jefe de policía. No es para mí, alcanzó a explicar el búho, es para mi amigo el tortugo. ¿Qué problema tiene ese chabón? preguntó el pato. “Al tortugo se le escapó la tortuga”. Pero como es tortuga, no debe andar lejos, dijo el búho, adivinando nuevamente. Con un vale de veinte litros andamos bien, aseguró, mostrando sus dotes de adivino.
Mira, dijo el pato: el chelco ya lo pasé a retiro, y Kishcka está en el freezer, no sé quien va a pilotear. No te preocupes, dijo el búho, lo llamo al perro, eso es lo de menos, de última piloteo yo.
Inmediatamente llamó el búho a su amigo tortugo y le comunicó la buena nueva. El tortugo daba saltitos de alegría. El búho le advirtió que aún no tenía piloto. No le digas a nadie, pidió el tortugo, así no se enteran. Pilotea vos. Ok, te entiendo hermano, dijo el búho. Aparte mejor, porque no quería decirle nada al perro, porque adivino sus malas intenciones.

Yo sin paracaídas ni mamado subo al avión con ese mozo, muy peligroso oohhh. Al otro día tempranito partieron, rumbo al oeste, pero a poco de andar divisaron a la tortuga. Tal como adivinó el búho, estaba cerquita de la casa nomás. Aterrizaron y el tortugo luego de hablar con la tortuga, se la llevó de vuelta a su casita. De vuelta en su oficina, hubo el búho de llamar al pato para comentarle el resultado del operativo de búsqueda y rescate fue positivo. ¡La encontramos! comentó el búho apenas el pato descolgó el auricular del teléfono. Tal como yo predije, estaba cerca de su casa. Pero ¿Por qué se fue, con quién estaba? Yo no me bajé del avión, pero vi que estaba con un bicho fiero (aquí tendríamos que decir que el muerto se admira del degollado, pero al tratarse de animalitos, obviaremos el refrán). Para mí que era kakuy o yana arcaj, era negro y fiero che.

Bueno, dijo el pato, lo importante que se solucionó. Ahora le daremos una licencia especial hasta que tranquilice. Y así, el búho está con la buha, el tortugo con la tortuga, y el pato con lucio. Y colorín colorado esta historia ha terminado.

*Nota del autor: Cualquier semejanza con hechos o personajes de la realidad, es pura coincidencia.

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